No existe ninguna medicina que
pueda calmar el dolor del exiliado.
Hecocu
Sobre las aguas, en mar de la indolencia,
se ven flotar los millones de exiliados
que salieron de la patria por violencia
y por miedo a terminar asesinados.
Atrás dejaron sus más gratas querencias
entre surcos de dolor ensangrentados
por dirigentes que, faltos de conciencia,
azuzaron las contiendas en poblados.
En sus memorias golpean los recuerdos
cual grandes olas de los acantilados
y sienten que se les mueren los anhelos
bajo las sombras de tedio encadenados.
Como escudo llevan gran inteligencia
y los valores por padres inculcados
para luchar con tesón y con paciencia
en los ambientes extraños y alejados.
En la distancia les faltan resplandores
de los astros bajo cielos azulados
y extrañan los perfumes de las flores
que brotaban en aldeas y en collados.
Siempre los cubre la nube de ilusión,
del radiante regreso a la tierra amada
y pretenden que florezca la razón
en la sierra, en los llanos y en la cañada.
¿Hasta cuando los hijos de la tierra
irán errantes cual caínes desterrados
sufriendo los horrores de la cruel guerra
en un mundo por dinero esclavizados?
¿Por qué no se unen las mentes y las manos
bajo banderas de amistad y concordia
para apagar el fuego de los tiranos
que escriben con los cadáveres la historia?
20 octubre de 2004. Para hombres, mujeres y niños que sufren el suplicio del exilio por culpa de aquellos villanos que se creen dioses humanos y que hacen enfrentar pueblos, por intereses personales, políticos, económicos, sociales o militares, haciendo ver al mundo que son los salvadores de quienes quieren esclavizar. “La guerra la dirigen, normalmente, políticos que por cobardía no fueron a los cuarteles a cumplir con el deber de defender a su patria. Quien la ejecuta y sufre las consecuencias es el pueblo ignorante.
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